Alan Crawley y la comunicación no verbal

Lo confesó mi colega Alicia Martos esta semana en Madrid: cuando se sienta a escribir sobre comunicación no verbal para su blog, publicado en 20Minutos, suele preguntarse qué pensará Alan Crawley cuando lo lea.

A mí me ocurre igual pero peor. Cuando escribo, cuando analizo, cuando asesoro, cuando imparto formación, siempre aparece en mi simulador mental la imagen del nuevo master & commander de la comunicación no verbal del mundo hispano, el bueno de Alan.

Es una sensación rara, difícil de verbalizar, pero fácilmente descifrable para cualquiera que pudiese observar la sonrisa asomando a mi rostro ahora mismo, cuando escribo estas apresuradas líneas en el aeropuerto de Madrid, de regreso a mi isla.

Saber que Alan Crawley está siempre tan tan cerca -el segundo tan es aposta-, pese a vivir en la lejana Argentina, me hace estar muy alerta y exigirme siempre más. Más rigor, más estudio, más comprobación, más escepticismo, más prudencia, más huir del espectáculo, de las verdades absolutas y del simplismo.

Y esa exigencia, lejos de estresar, aporta mucha seguridad cuando uno camina sobre el alambre de la comunicación no verbal.

Porque de eso va esta disciplina, funambulismo puro.

Me consta que algo muy parecido le ocurre al resto de mis colegas y amigos expertos o especialistas que compartimos foro con él desde hace tiempo.

Alan Crawley nos transmite muchas cosas buenas pero, sobre todo, nos proporciona seguridad. Esa seguridad que solo inspiran las personas con auténtica autoridad, la autoridad sin mayúscula, la autoridad que ningún poderoso puede imponerte a la fuerza. Autoridad construida sobre el conocimiento adquirido desde la humildad, y compartido desde una generosidad impagable.

Ese es Alan, un pibe genial, que igual se codea con el sabio Desmond Morris que se gana la confianza del legendario Joe Navarro.

Alan lo sabe casi todo sobre comunicación no verbal científica, porque lo lee todo.

No hay libro o paper que se le escape. Los escudriña hasta la extenuación, los exprime y les saca hasta la última coma. Y no por capricho ni obsesión. Lo hace así porque no sabe hacerlo de otra manera, no entiende de trucos ni sabe de atajos, es la única forma que tiene de incorporar el saber a su particular conocimiento.

Cosas de la honestidad, qué le vamos a hacer.

En definitiva, Alan está siempre a la última. Y además, le sobran tiempo y amor para compartir sus descubrimientos con quienes no hacemos otra cosa que correr tras la vida. Así ha reunido a un grupo de estudio, actualización y debate con especialistas en comunicación no verbal de no sé cuántos países de habla hispana, entre los que tengo el privilegio de estar.

Y ha conseguido lo más difícil, que todos dejemos nuestros egos por fuera antes de entrar al chat. Así nos ha unido, con un simple grupo de WhatsApp y mucha habilidad.

Ha sido una relación virtual de años que esta semana tuvimos la oportunidad de humanizar por fin, con un abrazo, buen vino y mejor compañía. La compañía de colegas y amigos con quienes comparto aventuras y desvelos desde hace ya tiempo en la Fundación Universitaria Behavior & Law, en la Asociación de Analistas Expertos en Comportamiento No Verbal (ACONVE), y en otros foros de estudio a este y al otro lado del charco.

En Madrid, Alan nos puso al día de por dónde van ahora los tiros. Y hasta hablamos del fuego cruzado en un aparte, tras pasear en una cálida tarde de otoño por las históricas calles de la Villa y Corte.

Alan nos recordó que la comunicación no verbal es una ciencia, pero su aplicación es un arte, como tiene escrito Jeff Thompson (2015). Insistió una vez más en la importancia de no confundir posibilidad con probabilidad cuando buscamos sentido a un gesto, compartió su particular técnica de observación, y hasta nos regaló en primicia las cinco fases de su “Modelo Sinverba”, del que no haré spoiler. Esperaremos por el libro.

En resumen, querido Alan, un millón de gracias.

Lo que estás construyendo es mucho más grande de lo que alcanza a calibrar tu imaginación.