Aciertos y errores en la comunicación no verbal del primer mensaje navideño de Felipe VI
Lo más relevante de un discurso institucional como el mensaje navideño de Felipe VI es sin duda el contenido. Las palabras están calculadas con precisión milimétrica para decir exactamente lo que se quiere decir, y con la ambigüedad suficiente para que la mayor parte de los ciudadanos puedan reconocerse en ellas. Aunque se trata de un texto muy estudiado, ensayado, leído en un teleprompter y grabado con todas las interrupciones necesarias (hasta 9 cortes de edición se cuentan en la versión emitida), un minucioso análisis desde el punto de vista no verbal puede añadir alguna información extra muy reveladora: son señales que en su mayoría pasan desapercibidas en el plano consciente de los telespectadores, pero que dejan una huella en su inconsciente, tal y como explicamos a continuación.
El primer indicio interesante lo encontramos nada más iniciarse el discurso, en un gesto de incomodidad del rey, apreciable en el leve movimiento de las rodillas. Este involuntario gesto adaptador responde a una reacción del sistema límbico, defendiéndose del intento racional por controlar la expresión de las emociones. Conclusión: a pesar de la solvente apariencia de serenidad, el rey está nervioso al enfrentarse a la grabación del discurso.
La importancia de este movimiento se obtiene al contrastarlo con el resto de la intervención. Solo se reproduce de forma notable en otras dos ocasiones más: al hablar de la corrupción y al referirse a Cataluña, como más adelante veremos. El resto del tiempo las piernas están quietas y casi rígidas. Tampoco se aprecia ningún otro gesto adaptador en todo el discurso, lo que pone en evidencia la habilidad de Felipe VI en el control de las emociones.
A pesar de la rigidez del formato audiovisual, el comportamiento no verbal del rey nos permite obtener otras conclusiones interesantes, que explican el efecto de su mensaje navideño en los ciudadanos.
Gesticulación exagerada
Utilizados con moderación y naturalidad, los gestos ilustradores enriquecen nuestras palabras y aportan credibilidad. En este caso, el rey exhibe un amplio repertorio con sus manos y brazos, con movimientos suaves, circulares, abiertos y armoniosos.
El problema surge con su abuso. En los planos de televisión que permiten ver sus manos, contabilizamos unos 195 gestos, a razón de más de 15 por minuto. Este exceso resulta incongruente con su patrón basal: al repasar cualquier otra intervención pública anterior comprobamos que el rey no suele gesticular tanto.
Si a esto añadimos que más de la mitad de los gestos no parecen espontáneos ni naturales, la distracción en el inconsciente de los telespectadores está asegurada. Lo que sería un buen recurso para reforzar el mensaje puede convertirse en un obstáculo visual, que dificulta la concentración en su comprensión.
No debemos olvidar que la gesticulación forma parte de nuestra personalidad, y si la alteramos de manera radical puede afectar a nuestra credibilidad.
Ilustradores espontáneos
Los gestos ilustradores realizados de forma espontánea y natural se distinguen en el discurso del rey porque van sincronizados con algún movimiento de la cabeza, los hombros o las cejas, que habitualmente enarca de forma inconsciente para enfatizar sus palabras. En total, hemos contabilizado 83 gestos que podrían parecer espontáneos: 52 con las dos manos a la vez, 23 con la mano derecha, y 8 con la mano izquierda, algo normal en una persona diestra.
Ilustradores forzados
Los gestos ilustradores realizados intencionadamente resultan forzados, si no contamos con el adecuado entrenamiento que nos permita automatizarlos e incorporarlos de manera natural a nuestra conducta expresiva. En el discurso del rey llaman la atención por su falta de sincronía y congruencia con el resto de la expresión corporal. En el ejemplo de esta imagen podemos apreciar cómo muestra las manos de forma ostentosa, pero no hay correspondencia con la expresión facial, como sí ocurría en el caso anterior. En total, hemos contabilizado 112 gestos de dudosa naturalidad: 63 con las dos manos, 31 con la mano derecha, y 18 con la mano izquierda. En definitiva, y sin caer en el simplismo, podríamos asegurar que la mitad de los gestos estaban de más.
Expresiones faciales
En cuanto a las expresiones faciales, nos encontramos con otro exceso de artificialidad en la lectura dramatizada del texto, que no siempre consigue el resultado deseado. Destacamos a continuación las expresiones más significativas, que nos permiten inferir lo que de verdad puede afectar emocionalmente al rey:
Tristeza ante las «conductas inadecuadas»
La tristeza se trasluce con autenticidad en el rostro del rey cuando se refiere a la corrupción sin nombrarla, y afirma que “las conductas que se alejan del comportamiento que cabe esperar de un servidor público, provocan, con toda razón, indignación y desencanto
Incomodidad. La incomodidad al abordar la corrupción se detecta en otro movimiento reflejo de las rodillas, tal y como hizo de forma involuntaria al principio del discurso.
Asco ante la corrupción
Solo un minuto después (02´25´´) la tristeza se transforma en asco, cuando prescinde de los eufemismos y cita textualmente la corrupción: “…la lucha contra la corrupción es un objetivo irrenunciable”, asegura, mientras no puede reprimir la activación del pliegue nasal.
Aparece la ira
Dos minutos después de comenzar a hablar sobre la corrupción aparece la ira (03´28´´), que se trasluce involuntariamente en la forma de mostrar los dientes y la contundencia del gesto del látigo con la mano derecha, al afirmar que “debemos cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción”.
Ira contenida
La siguiente microexpresión de ira, esta vez reprimida, se registra unos segundos después (03´45´´), justo antes de referirse a la crisis. Aprieta y afina los labios, y a continuación asegura: “También quiero hablaros de la situación económica, porque continúa siendo un motivo de grave preocupación para todos.”
Otra vez incómodo. El cuerpo del rey se defiende por tercera vez con un movimiento involuntario de las rodillas, expresando la incomodidad latente cuando se dispone a hablar de Cataluña (06´01´´).
¿Dolor real?
La incomodidad descrita anteriormente produce un cambio casi imperceptible pero muy curioso en el patrón conductual de Felipe VI. Resulta imposible inferir si le incomoda hablar de Cataluña, o si en realidad le molesta confesar unas emociones que para él no parecen fáciles de escenificar. El rey afirma que le “duele y preocupa” que se puedan producir fracturas emocionales, pero su cara no refleja auténtico dolor moral (07´04´´). Y lo que es peor, las comisuras de sus labios expresan una tristeza que los ojos, las cejas y la frente desmienten. Esta incongruencia es compatible con una dramatización o fingimiento poco afortunados (dicho con todo el respeto, y dentro de los márgenes del análisis y debate científicos). Sea como fuere, el rey no parece cómodo con esa parte del discurso en la que habla de emociones y Cataluña.
Enfado y desagrado
El desagrado se confirma solo dos segundos después (07´09´´), cuando en la cara del rey se filtran estas microexpresiones de asco (en el pliegue nasolabial) y de enfado (ira en grado leve en el ceño fruncido, y de forma muy pronunciada en la manera de mostrar los dientes: cuando se enseñan los superiores el asunto es serio). Esto ocurre mientras verbaliza su preocupación por los “desafectos o rechazos entre familias, amigos o ciudadanos”.
¿Ilusión y confianza?
La argumentación sobre Cataluña se resuelve en el texto del discurso proponiendo que “sigamos construyendo todos juntos un proyecto que respete nuestra pluralidad y genere ilusión y confianza en el futuro”, aunque la expresión facial y el gesto del rey no hablen precisamente de ilusión ni de confianza, como se aprecia claramente en la imagen.
Con la mano en el corazón
A pesar de quedar atrás el asunto de las emociones catalanas, Felipe VI no consigue recuperar el control conductual en su discurso. Como prueba, esta anecdótica imagen (08´58´´), cuando asegura que se ha sentido “querido y apreciado” por los ciudadanos, y lo agradece “de corazón”, aunque posa su mano sobre el lado contrario del pecho.
Dos sonrisas muy sociales
Y forzadas. Tampoco acierta del todo el rey con las dos sonrisas mostradas en el discurso, que compone al inicio y cuando felicita la Navidad al finalizar sus palabras. No entraremos en la oportunidad y congruencia de estas expresiones sonrientes –frente al serio tono de la intervención-, pero sí es importante remarcar que ninguna de las dos es auténtica, son evidentes sonrisas sociales, carecen de espontaneidad y pueden restar credibilidad al gesto. En ambas fuerza las comisuras de los labios, que se retraen en lugar de ascender, no hay actividad característica en los músculos orbiculares, ni las mejillas provocan las populares patas de gallo, como ocurriría en una auténtica sonrisa.
La cercanía y el error de la silla
Desde el punto de vista proxémico, la principal novedad del primer discurso navideño de Felipe VI fue el cambio de escenario. La zona de trabajo del despacho oficial fue sustituida por el rincón de una sala de estar, que aporta un ambiente más acogedor, luminoso y cercano, al prescindir de las maderas oscuras de las paredes y estanterías, así como de la mesa escritorio. Aun así, el efecto no se consigue del todo, debido al exceso de cálculo y artificialidad en la decoración.
Por otro lado, la insuficiente altura de la silla escogida y la posición de las piernas cruzadas al sentarse restan dignidad y estabilidad a la postura del rey: las rodillas se sitúan más altas que las caderas, dando una sensación de encogimiento corporal en la cintura, mientras el pie izquierdo queda inestable en el aire. El problema no es solo de imagen, sino también fisiológico, pues la posición de atrapamiento en la que queda el diafragma dificulta el control de la respiración y la proyección de la voz, con la que Felipe VI también tiene algunos problemas de inseguridad (en algunos instantes se vuelve atiplada y parece quebrarse).
A vueltas con la fisiología
A las dificultades de la voz no ayudó, precisamente, la falta de hidratación de las cuerdas vocales, apreciable en la sequedad de las mucosas de la boca, que el rey intenta salvar humedeciendo los labios con la lengua. Hasta en 20 ocasiones los telespectadores pudieron ver a Felipe VI realizando este gesto, lo que en poco más de 12 minutos de discurso acaba por llamar la atención.
Este es quizás uno de los errores más inexplicables de todos, pues como ya se dijo, el mensaje está grabado por partes, y en cada uno de los nueve cortes de edición realizados con el cambio de plano pudo rehidratarse adecuadamente. También cabe la posibilidad de que el gesto hubiese evolucionado durante la grabación hasta convertirse en un tic, lo que confirmaría el nerviosismo latente comentado al inicio, y que el rey fue capaz de manejar con éxito.
El mejor plano
Por último, analizamos algunos aspectos relacionados con la realización audiovisual, y que también influyeron decisivamente en la imagen ofrecida por el rey. El contenido del discurso deja clara la apuesta por las emociones, y a la hora de transmitirlas la mirada resulta fundamental, aunque la de Felipe VI no es fácil de captar por las cámaras, debido al tamaño y posición de sus ojos, y a las pobladas cejas. Los encuadres compuestos por el realizador no ayudaron mucho en este sentido, al abusar de los planos medios y generales, que recogían el salón y la gestualidad en detrimento del detalle facial.
El plano de la fotografía superior fue el más cerrado de todos los ofrecidos, y el único que permitió observar con nitidez la mirada del rey, aunque solo se utilizó durante 14 segundos, casi al despedirse (12´25´´). Es sin duda el mejor plano de todos, y usarlo en los momentos claves del discurso habría facilitado la transferencia emocional.
El peor plano
En el lado opuesto encontramos este pésimo encuadre, forzado hasta el ridículo de convertir en protagonista de la escena a un sofá vacío. El plano responde presuntamente al interés por mostrar una foto del anterior monarca, las figuras del nacimiento y la bandera nacional, que hasta ese momento (8´29´´) habían estado ausentes de la calculada escenografía. El resultado es desastroso: la bandera aparece cortada, el portarretratos orientado absurdamente hacia el exterior, y Felipe VI relegado a un segundo plano en el extremo más lejano de la panorámica.
Para empeorar las cosas, la cámara permanece estática mientras a lo lejos el rey empieza a hablar del proceso sucesorio. Transcurren 10 interminables segundos hasta que la cámara inicia el movimiento y comienza a cerrar el zoom, lo que empeora todavía más el efecto narrativo: mientras el nuevo rey habla de los nuevos tiempos, el plano se aleja lentamente de la foto del anterior monarca, del trozo de bandera mostrado y del pequeño nacimiento. Cuando Felipe VI termina su párrafo, los tres elementos han quedado atrás y excluidos del encuadre.
Desconocemos la intencionalidad de este burdo ejercicio audiovisual, situado en los límites del mal gusto, y que solo consigue acrecentar la artificialidad y rigidez de toda la grabación.
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Extraordinario análisis. Un 10/10 al rey ya que puedes afirmar que «es más auténtico en directo que ante las cámaras». Esta conclusión lleva a pensar que es sincero por naturaleza, que no le va el «teatro».
Muchas gracias, Isabel. Tienes mucha razón en tu conclusión sobre la «teatralidad».