Al observar un rostro, el cerebro distingue cómo se siente una persona antes incluso de saber quién es.
El procesamiento de la expresión emocional precede en milésimas de segundos al reconocimiento facial, según confirman todos los estudios neurofisiológicos y las pruebas realizadas con técnicas de neuroimagen. Es más, nuestro cerebro puede utilizar dos vías diferentes y paralelas para estas dos funciones. En las emociones, el estímulo puede ir directamente del tálamo a la amígdala (acción-reacción), eludiendo el control cognitivo de la corteza, algo que no ocurre cuando nuestro cerebro necesita identificar a una persona o decidir si la conocemos o no (acción-cognición-reacción).
Esto explicaría, por ejemplo, que una sonrisa llegue a nuestro cerebro antes que su dueño.
Como demostración práctica, hemos modificado esta fotografía de Hillary Clinton, invirtiendo su sonriente boca. Incluso después de saber quién es -o dándole la vuelta a la imagen al pasar el ratón sobre ella-, nuestro cerebro emocional probablemente repare en la posición de la comisura de los labios antes que en ninguna otra cosa. Es solo un juego, pero puede ilustrar y ayudar a entender el mecanismo.
Evolutivamente, el origen de esta habilidad quizás estuviese en las funciones adaptativa y social de las emociones, imprescindibles para la supervivencia de la especie. Para nuestros ancestros, la rapidez en descubrir las intenciones del otro podía marcar la diferencia entre vivir o morir, algo que en determinadas circunstancias todavía resulta de utilidad en nuestra civilizada manada actual.
La integración de las nuevas herramientas de la neuroimagen, la psicología y la neurofisiología, ha permitido establecer que la actividad cerebral al identificar una cara se inicia a los 170 milisegundos de verla, mientras que la actividad vinculada al procesamiento emocional puede registrarse incluso a los 85 milisegundos. Son fracciones minúsculas de tiempo, pero lo cierto es que el cerebro humano tiene capacidad para procesar una emoción en la mitad de tiempo que identifica una cara.
Y no es solo una cuestión de velocidad, sin más. La trascendencia que el reconocimiento de las emociones tiene en las relaciones sociales resulta indiscutible. Ignorar este hecho solo puede conducirnos al fracaso en nuestra forma de comunicarnos y relacionarnos.
Uno de los mejores expertos del mundo en la materia, Paul Ekman, asegura que quienes tienen más habilidad para reconocer las expresiones sutiles de la emoción son personas “más abiertas a nuevas experiencias”, y suelen mostrar un mayor interés y curiosidad por las cosas. En su opinión, esto influye positivamente en el bienestar psicológico del individuo y su ambiente, pues una persona más expuesta a mayores experiencias podrá desarrollar mejor sus capacidades sociales, y optimizar el funcionamiento de sus redes neuronales.
El profesor Yunier Broche, investigador en la Universidad “Marta Abreu”, en Cuba, sostiene que “la posibilidad de reconocer emociones en los demás con precisión modula nuestro comportamiento”, y explica que interpretar correctamente las expresiones emocionales del rostro de una persona nos permite “regular nuestra conducta, a través de una comunicación adecuada y una interacción social positiva”.
Además, según explica Broche, el reconocimiento exacto de expresiones faciales emocionales es el primer paso para ofrecer una respuesta empática: “La empatía y el manejo de las relaciones interpersonales son necesarias desde el nacimiento para la supervivencia”, asegura el investigador, para quien “la transmisión y reconocimiento de emociones entre madre e hijo son primordiales para generar un vínculo afectivo, esencial en la comunicación, pues las reacciones emocionales del neonato ayudan al adulto a entender sus necesidades”.
La profesora Sofía Cereceda, del Laboratorio de Neurociencias Cognitivas de la Universidad Diego Portales, en Chile, sostiene que una persona con menor capacidad para reconocer expresiones faciales difícilmente podrá entender las emociones asociadas a ellas y el mundo emocional. “La imposibilidad de contactarnos con nuestro estado afectivo o emocional puede alejarnos de nuestra capacidad de ser humanos, lo cual puede relacionarse con la aparición de enfermedades y patologías”, vinculadas en su mayoría a la falta de conexión con nuestros propios sentimientos y con la realidad.
Sugerencias bibliográficas
Broche, Y., Rodríguez, M. y Omar, E. (2014) Memoria de rostros y reconocimiento emocional: generalidades teóricas, bases neurales y patologías asociadas. Actualidades en psicología, 28 (116) 27-40.
Cereceda, S., Pizarro, I., Valdivia, V., Ceric, F., Hurtado, E., & Ibáñez, A. (2010). Reconocimiento de emociones: Estudio neurocognitivo. Praxis. Revista de Psicología, 2(18), 29-64.
Fernández, A., Dufey, M. y Mourgues, C. (2007) Expresión y reconocimiento de emociones: un punto de encuentro entre evolución, psicofisiología y neurociencias. Revista Chilena de Neuropsicología, 2. 8-20
Qué interesante!!!
Pero…me ha venido a la ¿mente?…al ¿corazón?…y los ciegos…¿que?
Interesante es tu planteamiento, Isabel.
En cuanto a las siete emociones básicas (alegría, sorpresa, tristeza, miedo, ira, asco y desprecio) las expresiones de los invidentes congénitos son exactamente iguales, pues forman parte de nuestra carga genética, y no se aprenden por imitación. Lo mismo ocurre con algunos gestos universales, como el de triunfo al subir los brazos, que tanto ha estudiado el profesor David Matsumoto.
Cuando no se dispone del sentido de la vista, la atención debe centrarse especialmente en el canal paraverbal, pues en nuestra voz (tono, timbre, ritmo, velocidad, volumen,…) está la otra gran fuente de información emocional.
Muchas gracias por seguirnos.
¡Un emocional saludo!