El ejercicio contemporáneo de la política ha superado con creces el absurdo del lenguaje orweliano, en el que las palabras significan justo lo contrario de lo que se dice. Términos como solidaridad, igualdad o justicia, resuenan vacíos un telediario tras otro, como si la majadera reiteración fuera a convertirlos en realidad sin más.
Hace tiempo que los políticos, periodistas y ciudadanos vivimos con mayor o menor resignación la cínica dictadura de lo políticamente correcto, hasta el extremo de dar por bueno que alguien responda a una pregunta desagradable afirmando que le alegra su formulación.
«El mal uso de la comunicación política ha pervertido de tal manera la semántica que cada día es más difícil saber lo que realmente siente un líder»
Frases hechas, palabras huecas, argumentarios sesgados para consumo exclusivo de la hinchada, el mal uso de la comunicación política ha pervertido de tal manera la semántica que cada día es más difícil saber lo que realmente piensa y siente un líder –no solo político-, si nos atenemos exclusivamente a lo que dice o escribe. Este deterioro lingüístico resulta especialmente grave en culturas de alto contexto -como la española y resto de países latinos-, donde ya de por sí las palabras tienen una trascendencia bastante relativa, frente a una mayor influencia de otras circunstancias ambientales y de la conducta.
El problema está en que durante más de dos mil años hemos reducido la comunicación política fundamentalmente a la retórica, hasta caer en la arrogancia de pensar que las palabras son suficientes para acotar el mundo y para inventarlo, para expresar los conceptos en sentido estricto y en sentido figurado, para evadirnos y comprometernos, para generar confiabilidad y desconfianza.
Sin embargo, la comunicación política exige actualmente mucho más que palabras y argumentos; requiere también, y sobre todo, una gestión eficaz de las emociones, presentes en el lenguaje no verbal en mayor proporción que en el articulado, como planteó en la década de los sesenta Albert Mehrabian, profesor emérito de psicología en la Universidad de California (UCLA).
«Sin emociones no es posible la empatía, y sin empatía no habría seres sociales ni ideologías compartidas»
De hecho, sin emociones no es posible la empatía, y sin empatía no habría seres sociales, ideologías compartidas ni identidades colectivas; tampoco existiría la indignación ni la compasión ante el sufrimiento ajeno, fundamentos mayores de la justicia en los que se inspira la auténtica vocación de servicio a los demás.
No olvidemos que la política, al igual que la comunicación, es un proceso que implica el diálogo, en el sentido más amplio del término, como intercambio comunicativo de símbolos y no sólo de palabras, y esa interacción se enriquece cuando la conducta corporal acompasa de forma sincrónica y congruente al lenguaje verbal.
Como ocurre en cualquier otro campo de la vida, lo que hace realmente accesible y confiable a un político no son solo sus palabras, sino especialmente su personalidad, su aspecto y su conducta, pues la congruencia entre ser, hacer y parecer es la clave del éxito a la hora de comunicarnos con eficacia y transmitir valores como la autenticidad y la confiabilidad.
Conocer los fundamentos del comportamiento no verbal es el primer paso para desarrollar las competencias imprescindibles en el manejo de una comunicación eficiente, empezando por la escucha activa y el establecimiento del rapport, que generan la auténtica sintonía entre dos personas. Por mi experiencia personal y profesional, tengo muy claro que estas habilidades se encuentran al alcance de cualquiera dispuesto a someterse al entrenamiento adecuado, pero ningún programa de formación resultará del todo útil sin un diagnóstico previo, realizado con metodología y rigor científicos.
Primero hay que saber quiénes somos en realidad, tomar consciencia de lo que hacemos y comprender cómo nos perciben los demás. En un tiempo en el que la perversión de la semántica dificulta seriamente la comprensión del mensaje, está claro que las palabras no bastan para que políticos, periodistas y ciudadanos seamos capaces de entendernos.
*Artículo de opinión de César Toledo, publicado en El Día.
Imagen de cabecera: Igor Morski.
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Al leer tu artículo pensaba que estos estudios deberían formar parte de la enseñanza tanto en Secundaria como incluso en Primaria.